Hoy habrías cumplido 80 años.
Te fuiste sin despedirte. Tu historia fue la de Pedro y el lobo. Tantas veces avisó que venía el lobo y era mentira, hasta que al final vino, y se comió las ovejas.
Eras hipocondríaco, cualquier síntoma extraño te asustaba y te llevaba a una espiral de miedos y temores, pensando que tendrías «algo malo».
Yo estaba de guardia. Me despertó S. a las siete de la mañana para decirme que te había llevado al hospital porque te había dado un dolor que parecía ser un cólico nefrítico. En cuanto pude salir de la farmacia, me dirigí hacia allí. Pude verte en Urgencias y estabas bien, el médico dijo que parecía que tenías algo de gastritis y de ahí el dolor. Te mandó a casa con omeprazol.
Al día siguiente, a las siete, mamá me llamó para decirme que seguías con dolor. Volví a llevarte al hospital. No me dejaron entrar, es la política de este hospital, dijeron, no es necesario acompañante mientras el paciente se pueda valer por sí mismo.
Al rato saliste por tu pie, te había visto la misma doctora que el día anterior. No te hicieron más pruebas porque ya te habían hecho el día de antes. Seguía siendo gastritis.
Por la tarde me volvísteis a llamar. Fuimos al centro de salud. En este caso, el médico de urgencias dijo que se trataba de algo muscular, porque tenías mucha artrosis en la espalda. Nos fuimos a casa.
Miércoles, 13 de agosto. Por la mañana mamá y tú os fuísteis al médico de cabecera para enseñarle los tres informes de urgencias, y decirle que el dolor no remitía. «Son gases, Juan, de eso no te mueres». Te quedaste tranquilo, pero en el regreso, tuviste que pararte en un banco a descansar porque no podías seguir (siempre que volvemos a pasar por esa calle, mamá me lo recuerda).
Esa tarde no fui a verte. Tenía una cena con los amigos en casa, y te llamé para ver cómo estabas. Me dijiste que estabas bien. Aún te dolía un poco, pero bien. «Entonces, no paso por allí, que tengo que ir a comprar» (¿cuánto puede llegar a arrepentirse una persona de algo?).
Cenamos en el campo con Luis, Elvira, Paulino, Dolores y Carlos, que acababa de llegar de Valencia. Hicimos planes porque la noche siguiente empezaba la feria en el pueblo. Me llamaste para ver si en vez de medio orfidal, como tomabas habitualmente, te podías tomar uno entero, a ver si así descansabas, porque llevabas dos noches sin dormir bien. Te dije que sí, y te deseé que pasaras buena noche. Fue la última vez que hablé contigo.
A las 6 de la mañana del 14 de agosto volvió a sonar mi teléfono. Nunca olvidaré las palabras de mamá: «Jose, vente para acá que no sé qué le pasa a papá que no me contesta» (esa fue exactamente la frase). Me vestí deprisa y salí hacia el pueblo. Cuando llegué a casa, mamá ya había llamado al centro de salud, pero el médico aún no había llegado. Tú estabas sentado en el sillón, te habías levantado porque no podías estar en la cama. Aún respirabas. Mientras yo llamaba al 112 cogiéndote la mano dejaste de hacerlo.
Llegó el médico del centro de salud mientras yo aún estaba al teléfono con el 112. Se lo pasé al médico. Hablaron. Llegó la ambulancia. Te pusieron ventosas en el pecho y te hicieron un electro. Vi salir la línea en el papel. Era plana.
Mamá aún pensaba que vivías y que te iban a llevar al hospital. Le tuve que decir que te habías ido.
El médico dijo «ha debido ser un infarto masivo». Aún no sé qué fue lo que te mató. Probablemente un aneurisma. Hablando con amigos médicos y explicándoles tu caso, todos fueron de esa opinión. No era gastritis, ni dolores musculares, ni gases. En el transcurso de tres días te habían visto cuatro médicos distintos, y ninguno supo decirnos que te ibas a morir. Pensaban que eran dolores imaginarios. Tu hipocondria te precedía. Nadie supo ver que lo que te pasaba es que te estabas muriendo. Yo tampoco.
Han pasado más de cinco años. Te recuerdo todos los días. Y te recuerdo así, riendo, como en esta foto.
Estábamos en San Clemente, en la comunión de uno de los hijos de Charito, la prima de mamá. No sé de cual, probablemente de Paco, el que es de la misma edad que yo. Aunque yo ya había tomado la Comunión, porque llevo el pelo corto y me lo corté después de tomarla. No sé qué me estarías diciendo, pero yo me reía con ganas.
Mamá te echa de menos. Todas las noches besa tu foto antes de irse a dormir. Recuerdo que cuando iba a veros a casa por la tarde al salir de trabajar, os encontraba sentados en el sofá, cogidos de la mano, como dos novios.
Es una pena que no estés viendo crecer a tus nietos, que eran tu gran pasión. Pero estoy segura que estés donde estés estarás muy orgulloso de ellos.