Mi padre. In memoriam.

Hoy habrías cumplido 80 años.

Te fuiste sin despedirte. Tu historia fue la de Pedro y el lobo. Tantas veces avisó que venía el lobo y era mentira, hasta que al final vino, y se comió las ovejas.

Eras hipocondríaco, cualquier síntoma extraño te asustaba y te llevaba a una espiral de miedos y temores, pensando que tendrías «algo malo».

Yo estaba de guardia. Me despertó S.  a las siete de la mañana para decirme que te había llevado al hospital porque te había dado un dolor que parecía ser un cólico nefrítico. En cuanto pude salir de la farmacia, me dirigí hacia allí. Pude  verte en Urgencias y estabas bien, el médico dijo que parecía que tenías algo de gastritis y de  ahí el dolor. Te mandó a casa con omeprazol.

Al día  siguiente, a las siete, mamá me llamó para decirme que seguías con dolor. Volví a llevarte al hospital. No me dejaron entrar, es la política de este hospital, dijeron, no es necesario acompañante mientras el paciente se pueda valer por sí mismo.

Al rato saliste por tu pie, te había visto la misma doctora que el día anterior. No te hicieron más pruebas porque ya te habían hecho el día de antes. Seguía siendo gastritis.

Por la tarde me volvísteis a llamar. Fuimos al centro de salud. En este caso, el médico de urgencias dijo que se trataba de algo muscular, porque tenías mucha artrosis en la espalda. Nos fuimos a casa.

Miércoles, 13 de agosto. Por la mañana mamá y tú os fuísteis al médico de cabecera para enseñarle los tres informes de urgencias,  y decirle que el dolor no remitía. «Son gases, Juan, de eso no te mueres». Te quedaste tranquilo, pero en el regreso, tuviste que pararte en un banco a descansar porque no podías seguir (siempre que volvemos a pasar por esa calle, mamá me lo recuerda).

Esa tarde no fui a verte. Tenía una cena con los amigos en casa, y te llamé para ver cómo estabas. Me dijiste que estabas bien. Aún te dolía un poco, pero bien. «Entonces, no paso por allí, que tengo que ir a comprar» (¿cuánto puede llegar a arrepentirse una persona de algo?).

Cenamos en el campo con Luis, Elvira, Paulino, Dolores y Carlos, que acababa de llegar de Valencia. Hicimos planes porque la noche siguiente empezaba la feria en el pueblo. Me llamaste para ver si en vez de medio orfidal, como tomabas habitualmente, te podías tomar uno entero, a ver si así descansabas, porque llevabas dos noches sin dormir bien. Te dije que sí, y te deseé que pasaras buena noche. Fue la última vez que hablé contigo.

A las 6 de la mañana del 14 de agosto volvió a sonar mi teléfono. Nunca olvidaré las palabras de mamá: «Jose, vente para acá que no sé qué le pasa a papá que no me contesta» (esa  fue exactamente la frase). Me vestí deprisa y salí hacia el pueblo. Cuando llegué a casa, mamá ya había llamado al centro de salud, pero el médico aún no había llegado. Tú estabas sentado en el sillón, te habías levantado porque no podías estar en la cama. Aún respirabas. Mientras yo llamaba al 112 cogiéndote la mano dejaste de hacerlo.

Llegó el médico del centro de salud mientras yo aún estaba al teléfono con el 112. Se lo pasé al médico. Hablaron. Llegó la ambulancia. Te pusieron ventosas en el pecho y te hicieron un electro. Vi salir la línea en el papel. Era plana.

Mamá aún pensaba que vivías y que te iban a llevar al hospital. Le tuve que decir que te habías ido.

El médico dijo «ha debido ser un infarto masivo». Aún no sé qué fue lo que te mató. Probablemente un aneurisma. Hablando con amigos médicos y explicándoles tu caso, todos fueron de esa opinión. No era gastritis, ni dolores musculares, ni gases. En el transcurso de tres días te habían visto cuatro médicos distintos, y ninguno supo decirnos que te ibas a morir. Pensaban que eran dolores imaginarios. Tu hipocondria te precedía. Nadie supo ver que lo que te pasaba es que te estabas muriendo. Yo tampoco.

Han pasado más de cinco años. Te recuerdo todos los días. Y te recuerdo así, riendo, como en esta foto.

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Estábamos en San Clemente, en la comunión de uno de los hijos de Charito, la prima de mamá. No sé de cual, probablemente de Paco, el que es de la misma edad que yo. Aunque yo ya había tomado la Comunión, porque llevo el pelo corto y me lo corté después de tomarla. No sé qué me estarías diciendo, pero yo me reía con ganas.

Mamá te echa de menos. Todas las noches besa tu foto antes de irse a dormir. Recuerdo que cuando iba a veros a casa por la tarde al salir de trabajar, os encontraba sentados en el sofá, cogidos de la mano, como dos novios.

Es una pena que no estés viendo crecer a tus nietos, que eran tu  gran pasión. Pero estoy segura que estés  donde estés estarás muy orgulloso de ellos.

Plagiando a plagiando a mi álter ego

Si conocéis a Álter (y si no la conocéis, ya estáis tardando), sabréis que tiene una sección de anuncios pesadillescos, donde destripa algún comercial de lo más rarito que se ve por ahí. De hecho algunos yo ni los conozco, aunque veo poco la tele, todo hay que decirlo, en alguna ocasión su entrada me ha dado ganas de irme directamente a youtube a buscarlo, porque su descripción no tiene desperdicio.

Os voy a hablar de los anuncios que más me llegan al alma: los de medicamentos. Por si no os habíais dado cuenta son los más cutres de toda la parrilla televisiva. Yo entiendo que los fármacos cada vez son más baratos (los de receta, no os lancéis a mi yugular, ya sé que el Frenadol cada vez está más caro….), y que los laboratorios farmaceúticos no están acostumbrados a hacer publicidad, pero ¿no había publicistas más lúcidos y que hicieran anuncios menos chorras…?

Los de jarabes para mocos y tos se llevan la palma, ahora que el Flutox ha salido del seguro, ya se puede anunciar, y la publicidad se las trae: la mamá leyendo y tosiendo despierta al bebé en brazos del padre. Después de tomarse el susodicho jarabe, los dos se quedan sobaos y el niño se carcajea. Bueno, pues a mí lo que me dice ese anuncio es que el jarabe te deja hecho un muermo y que el niño en cuando te descuides se te cae del sofá y se pega un leñazo. Eso sí, tú ya no toses.

Los que fluidifican los mocos me dan un asco que para qué.  El del año pasado de Bisolvon o Flumil, no recuerdo cuál era, mostraba un moco-monstruo que te atrapaba contra la cama. Asqueroso 100 %. Y ni siquiera me acuerdo qué anunciaba y eso que soy del gremio.

Los de laxantes son un mundo aparte. No sé en que mundo tú estás hablando tranquilamente con una amiga y de repente tienes que salir dando gritos porque te ha dado un apretón (en este caso escenificado por dos fornidos maromos que te cogen en volandas y te llevan al aseo más cercano). Deprimente.

Todo esto viene a cuento porque hace unos días vi un anuncio que me llamó mucho la atención. No lo he visto en televisión, solamente en internet, y creo que es un video de los que llaman virales, así que probablemente ya lo habréis visto, pero como estamos en Navidad y tampoco tengo mucho tiempo para hacer una entrada en condiciones, me pareció apropiado para pasar unos minutos agradables y de paso comparar la buena publicidad con lo que tenemos por aquí.

Si lo habéis visto ya, contadme qué os parece, y si no, aquí lo tenéis. Estoy segura de que os arrancará una sonrisa.

La dieta milagrosa

Ahora que se acerca la Navidad, época de comidas copiosas y sobre todo, la post-Navidad, en la que desde todos los medios se nos bombardea con dietas milagrosas para perder kilos, os voy a dar unos consejos desde la perspectiva que me da el haber perdido 24 kilos en 8 meses, y no haberlos recuperado después de un año, y sobre todo, y hoy hablando en serio, para intentar enseñaros cómo se debe perder peso sin dañar vuestra salud.

Para empezar, vamos a enumerar unas premisas básicas que todo el mundo debería saber, pero que a veces no son tan obvias, más bien son leyendas urbanas que van circulando por ahí y que algunas veces nos creemos.

Punto uno: El aire no engorda.

Punto dos: El agua no engorda.

Parece evidente, pero no lo es. A la farmacia llega mucha gente diciéndome: «si yo no como tanto, me hago unos platos pequeños….» Mentira.

Si no tienes una enfermedad subyacente (tipo hipotiroidismo) que te haga ganar peso, tú estás gordo porque comes, no me vengas con la milonga de que tú no comes cosas que engordan y que comes poco. ¡Ja!

«Yo es que retengo líquidos». ¡Ja de nuevo! Esa barriga cervecera es pura grasa, no es agua acumulada, y está ahí porque aparte de ponerte ciego a comer, no te mueves del sofá. Y ahí llega otro punto crucial.

El punto tres: Si no te mueves, no quemas, y si no quemas, lo que comes se queda en tu cuerpo…..y engordas.

Veamos: hay que pensar en el cuerpo como en un banco. Si tú ganas mucho y eres muy ahorrador porque no gastas un duro, tu cuenta en el banco estará llena de billetes, pero si ganas mucho y eres un manirroto, estarás siempre en números rojos. Pues bien, para adelgazar, tu cuerpo tiene que estar en números rojos, tienes que gastar más de lo que ingresas.

¿Cómo se consigue esto? Pues comiendo menos o haciendo más ejercicio. Fácil, ¿verdad? Y unos cojones.

Esa es la base. La teoría. Pero, ¿qué ocurre cuando quieres ponerla en práctica? Pues que empiezas con muy buena voluntad, con tu lechuguita y tu pechuga de pollo a la plancha, un día sí y otro también, y cuando llevas cuatro días con lo mismo, te subes por las paredes, tienes más hambre que un tonto, y terminas arrasando con las magdalenas y la tableta de chocolate que le has comprado a los nenes para merendar. ¿Me equivoco?

¿Que tenemos que hacer, pues, cuando no queremos caer en esas tentaciones?

Primero que nada, y más obvio, aunque pueda parecer una perogrullada, no hay que tener en casa «alimentos peligrosos», tipo dulces, chocolate, patatas fritas o cualquier otro tipo de snacks. Si no hay, no se comen. Y punto.

No me vengáis con la excusa de que los otros miembros de la familia no están a régimen y no tienen por qué hacer ese sacrificio, porque lo cierto es que ellos tampoco deben comer ese tipo de alimentos. A los niños se les puede dar para merendar fruta, bocadillos (como toda la vida), tostadas….. no hay porqué comprar bollería industrial, que no solamente engorda, es que además está plagada de grasas saturadas y nos pone el colesterol por las nubes.

Y me diréis: «pero es que estar toooooda la vida a régimen es muy triste». No tenéis que pensar que estáis a régimen. Cuando yo perdí mis 24 kilos, todo el mundo me preguntaba qué régimen había hecho y que pastillas había tomado. Y la verdad es que no tomé ninguna pastilla (ahí, haciendo negocio….), porque soy muy miedica para esas cosas, y que no he estado a régimen en ningún momento, si por eso entendemos hacerme una comida distinta a la familia, o comer cosas light y especiales.

Me explico. Hay que cambiar la forma de comer y de enfrentarte a la comida. Para siempre. Y eso no significa que no te puedas dar una alegría, que no puedas comer dulces, que no vuelvas a probar el chocolate…. Simplemente tienes que aprender a hacerlo.

Y después de todo este rollo, os voy a contar cómo pude perder yo esos kilos y mantener el resultado.

Partimos de la base de que yo estaba gorda por comer, como ya he dicho antes. El aire que respiraba no era parte de mi gordura, y el agua tampoco, más bien porque prácticamente no la probaba. Comía con vino (estamos en una tierra vinícola, es mi excusa), y cenaba con cerveza. Ya os adelanto que quitar todas esas calorías vacías supone una reducción considerable, sin hacer nada más.

Otro punto a favor de mi gordura era mi acusado sedentarismo. Hablando en plata: vivía con el coche pegado al culo. Vivo en un pueblo, y mi trabajo está a diez minutos escasos andado de casa, y todos los días iba y venía con el coche. Mi único ejercicio consistía en subir la escalera de mi casa de dos plantas, y subía con taquicardia.

Así que me puse manos a la obra. Dejé el coche en casa y me propuse subir a una cinta que teníamos completamente abandonada todos los días. ….Empecé haciéndolo 2 ó 3 veces a la semana, como mucho 10 minutos, y cuando bajaba tenía asma de esfuerzo…. solamente de andar, no penséis que corría. Me hubiera dado algo.

Al mismo tiempo, empecé a desayunar mejor y planificar las comidas. Cinco al día, aumentar el consumo de fruta y verdura en todas las comidas, y no cenar en exceso, que era lo que me perdía (bueno, una de las cosas que me perdía).

Un ejemplo de desayuno: pieza de fruta, tostada con queso fresco y mermelada, café con leche

A media mañana, fruta o tostada.

A mediodía: en mi casa normalmente sólo se hace un plato principal, tipo lentejas, arroz, pasta, guiso de carne…. Así que la comida consistía en algo así. Si podía llevar verdura, mejor, como las lentejas, garbanzos… y si no, pues con una ensalada.

Merienda: tostadas, yogur, fruta….Lo que os apetezca cada día.

Cena: Siempre, siempre, de primero verdura o ensalada y después, pues pollo a la plancha, pescado, un sandwich de jamón, unas tostadas de salmón, una tortilla francesa con algo (no hay nada más triste que una tortilla francesa sola).

Me diréis: pues yo ya hago eso y no adelgazo. Veamos. Os he dicho que mis hábitos alimentarios eran completamente distintos; prácticamente no desayunaba y luego comía algo de dulce (tengo una panadería enfrente), comía a lo bestia, no merendaba, y cuando llegaba la cena me comía a Dios por los pies, como se dice en mi pueblo. Y sin nada de fruta y verdura.

Cambiar esos hábitos, y empezar a hacer ejercicio, hizo que enseguida empezara a perder peso.

Si vuestros hábitos ya son sanos, no me creo que estéis gordos. Si lo estáis, es porque todavía tenéis que mejorar algo, sea hacer más ejercicio (simplemente andar, no penséis que tenéis que ir al gimnasio ni compraros aparatos…), o bien variar algo de la comida. Siempre se trata de reducir las calorías que quedan de remanente. No olvidéis que hay que quemar más de lo  que se consume.

Tampoco penséis que los kilos van a ir desapareciendo en pocos días. Seguro que todo ese sobrepeso que tenéis no ha aparecido de un día para otro, sino que es consecuencia de muchos meses comiendo mal. Pues perderlo será también cuestión de meses, no de días ni semanas.

Así que ahora que llegan las Navidades, y con ellas los atracones de comida, empezad a pensar en el verano, y a planificar, no llegue mayo y entonces empecéis con la operación bikini, queriendo estar estupendos en junio. Eso es completamente imposible, y sobre todo, insano, porque una dieta que te hace perder tan rápido, solo hará que pierdas agua y músculo, pero no grasa, y en cuanto vuelvas a tu rutina de comida habitual, volverás a ganar peso y más rápido aún: el famoso efecto rebote, que paso a explicaros.

El cuerpo es muuuuuuuuu listo. Si tú te pasas un mes a régimen estricto, con una dieta de muy pocas calorías, le estás diciendo a tu cuerpo que ha llegado una época de vacas flacas y lo que hace es ahorrar  todo lo que comes, porque no tiene bastante. Cuando dejas el régimen y vuelves a comer de todo, tu organismo sigue ahorrando, por si vuelve la época mala, y almacena mucho más que antes de hacer régimen, porque tú lo has acostumbrado a eso. Así que esa es la razón de que cuando abandonas el régimen, cojas más kilos que los que habías perdido.

Lo que hay que hacer es estimular tu metabolismo haciendo ejercicio, para que lo que comas lo quemes más rápido y no se quede almacenado. Os vuelvo a repetir que no hace falta que os convirtáis en atletas de élite, simplemente coged la rutina de hacer algo de ejercicio suave todos los días.

Y con estas recomendaciones, que son fruto más que nada de la experiencia y el sentido común, porque soy boticaria pero no nutricionista, espero que al menos os olvidéis de las dietas milagrosas que van a proliferar en cuanto pasen las Navidades, y que lo único que harán es fastidiar vuestro organismo.

Espero que esta entrada que estábais esperando como agua de mayo no os haya decepcionado y os sirva de algo. Mientras os vais pensando en poner en práctica todas estas recomendaciones en cuanto acabe la Navidad, disfrutad de las nuevas recetas navideñas en el blog de la nena.

Feliz Navidad

Ya sé que llego tarde, ya. Todos a estas alturas ya habéis publicado vuestras fotos del árbol y del Belén, y habéis felicitado la Navidad, pero es que estoy estresaíta perdía. Yo que me fui del blog de mi hija porque publicaba 3 días a la semana y no me daba tiempo a seguirle el ritmo escribiendo, y ahora me veo que tengo entradas escritas esperando ser publicadas (y que me estáis pidiendo encarecidamente). Luego a luego me parezco a Dess, que dice que tiene entradas programadas hasta el verano…. Si es que rodeada de tan buena gente, algo se me tenía que pegar, digo yo.

Me gusta la Navidad. Siempre me ha gustado, y exceptuando el año pasado y el año en que murió mi padre, creo que todos los demás años he puesto el Belén y el árbol, o al menos una de las dos cosas. Pero lo que más ilusión me hace, sin duda, es comprar los regalos de Reyes (siempre Reyes, cuando los niños eran pequeños, algún año también vino Papá Noel, pero le tengo mucha manía al señor de rojo).

Cuando yo era pequeña, bueno, y no tan pequeña, ya adolescente y veinteañera, mi madre siempre me reservaba un regalo sorpresa para el día de Reyes. Aunque yo supiera antes de ese día qué me había comprado, siempre se guardaba algo que no me decía para que tuviera algo de sorpresa. Y eso es lo que yo sigo haciendo con mis hijos. Aunque me hayan pedido cosas y sepan que las he comprado, siempre hay algo que no se esperan. Y esa ilusión con la que lo preparo es lo mejor, ni siquiera pienso en lo que quiero yo, simplemente tengo ganas de que llegue el día para ver qué cara ponen con su regalo.

Ya todos han hecho su «wish list»: Consuelo quiere una máquina de hacer donuts (si estás leyendo ésto,  no pienses que la voy a comprar, porque si no, no es sorpresa, y ya he dicho que quiero sorprenderte), el mediano una sudadera de su grupo favorito (lo más horrendo del mundo mundial, con calaveras y eso, Dess igual lo conoce, se llaman Avenged Sevenfold) y el pequeño una camiseta del Málaga (en casa, nada de Real Madrid ni Barça, del Málaga, fíjate tú). Y el padre algo relacionado con la numismática, así que lo tengo fácil. Lo malo es que aquí todo el mundo ha pedido y yo no sé qué pedir….. Así que se admiten sugerencias.

Y ahora, con el permiso de Matt, le voy a copiar la idea que ha tenido en su post, y es hacer una relación de las cosas que me han ido pasando a lo largo del año, y dar gracias por todo lo bueno que tengo alrededor, que lo malo es mejor olvidarlo.

Me he cortado el pelo y todo el mundo dice que estoy más guapa (modesta que es una…)

Sigo manteniendo la pérdida de peso, incluso he perdido algún kilo más (próximamente post, prometido)

No han dejado de pagarnos ningún mes en la farmacia (bendita sea Cospedal, sin rencor….)

Viajé a Irlanda con Consuelo y lo disfruté tanto como el año pasado.

Me saqué el título del B1 de inglés sin haber ido en mi vida a una clase de inglés (yo en el instituto era de francés).

En julio celebré mi vigésimo aniversario de boda, y los 25 años juntos.

Pude ejercer de orgullosa madre de la Pantoja cuando Consuelo ganó su primera media maratón.

Mis hijos ya son más altos que yo. El mediano, de hecho, es muuuucho más alto que yo (y mido 1.76).

Abrí un blog.

He conocido a un montón de gente estupenda, con la que me lo paso genial, pero qué os voy a decir que no sepáis, si todos sabéis quienes sois.

Así que sin más aquí tenéis mis fotos del Belén de la farmacia, del de casa y el árbol de casa. ¡FELIZ NAVIDAD!

IMAG3686El Belén lo pinté yo misma cuando compré la farmacia hace 9 Navidades. Los niños me ayudaron, porque la primera capa solamente era pintar todo de negro. La calva del Rey en primer plano debe tener así como 40 capas, porque les encantaba pintarla tan redondita ella.

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Y esto es lo que pasa cuando tu marido se pierde en la sección de jardinería del Leroy Merlín y te deja sola en la zona de árboles de Navidad y adornos….

IMAG3691Y por último, el Belén de casa

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¡FELIZ NAVIDAD!

Tontás: Episodio III

Cuando me disponía a preparar la tontá correspondiente a diciembre, y sin sabér aún a quién la iba a dedicar, se me ocurrió el título: Tontás, episodio III, y entonces pensé que podría escribir de La Guerra de las Galaxias o Star Trek. Pero me di cuenta que no podía hacerlo de ese tema, porque no sé a cuál de las dos pertenece esa denominación y además nunca he visto ninguna peli de esas sagas y para más inri, no las distingo….

Así que se me ocurrió hablar de una serie, La Teoría del Big Bang, en la que los protagonistas son unos frikis de dichas series. Pero pensé que los que la conociérais no estaríais muy interesados en leer, y los que no la hubiérais visto, pues igual tampoco pensábais verla.

Viendo que se me echaba el tiempo encima, y la tontá no estaba hecha, en una noche de insomnio encontré que a lo mejor era más interesante hacer un pupurri de actores y películas que me gustasen o me disgustasen y explicaros los motivos.Seguro que pensáis que hubiera sido mejor hablar de Star Trek, pero, ea, ya que me he decidido, allí voy.

Os voy a hablar de varios actores que se supone que son galanes del celuloide y que a todo el mundo le gustan, pero que a mí ni fu ni fa. Pero cuyas películas me han encantado. Pura contradicción, así soy soy.

ghost

El primero de ellos es Patrick Swayze, y la película en cuestión, Ghost.  La estrenaron en 1990, y yo por aquél entonces estaba en Valencia en mi último año de carrera. Mi pueblo no se caracteriza por tener cines de estreno, pero con unos meses de retraso llegó a la cartelera. Patrick no era santo de mi devoción desde que había protagonizado Dirty Dancing haciendo de profesor de baile macarra, y Demi Moore tampoco me gustaba. Para colmo, tenía dos opiniones contrapuestas de dos amigas: una de ellas decía que era un truño, y a la otra le había encantado. Y qué queréis que os diga, me fiaba más de la del truño. Así que cuando la estrenaron en el pueblo y mis amigos se empeñaron en que fuéramos a verla, yo fui todo el rato refunfuñando diciendo que vaya mierda, que me habían dicho que era horrible, vamos, que no había quién me aguantara. Pero, como a veces me pasa, me tuve que tragar mis palabras cuando a partir del minuto 1 empecé a llorar y ya no paré hasta que terminó la película. Menos mal que no me gustaba el Patrick, que si la llega a protagonizar Kevin Costner, que era mi ídolo más o menos por entonces, me tienen que sacar en volandas de allí.

La verdad es que el pobre Patrick se prodigó después en pocas películas, o al menos yo no las he visto, exceptuando una que me parece genial, se trata de Secretos de Familia, una comedia inglesa en la que vuelve a hacer de macarra amante de la protagonista. Os la recomiendo encarecidamente, también salen Rowan Atkinson (Mr. Bean),  Kristin Scott Thomas (que me encanta) y Maggie Smith ( la profesora Mc Gonagall de Harry Potter y Violet Crawley en Downton Abbey).

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Otro de los actores que también se supone que es un sex simbol pero que a mí no me gusta es Richard Gere. Pero Pretty Woman la he visto cientos de veces. También le tenía manía desde Oficial y Caballero (yo es que cuando no me gustan a la primera, lo tienen difícil), así que fui a ver Pretty Woman con cierta reticencia, pero volví a caer. Y así la haya visto diez o veinte veces, sigue emocionándome la escena en la que se va de compras, mientras suena la canción de Roy Orbison y entra a la tienda donde no la han querido atender, ya  toda elegante y llena de bolsas con ropa, les dice que si trabajan a comisión, y la vendedora se queda con dos palmos de narices. Me encanta…..

Y por último, que no quiero que os aburráis más, porque esto se está convirtiendo en una serie de batallitas sobre gustos peliculeros (que no porculeros), os contaré mi historia de amor-odio con El Señor de los Anillos.

Yo había leído el libro cuando tenía 16 ó 17 años, me gustó, pero es uno de los libros que solamente he leído una vez (ya os he contado que a mí me gusta mucho releer), dado el volumen y la cantidad de personajes, historias paralelas y demás. Creo que fue el primer libro (y puede que el único) que tenía que leer en silencio. Normalmente yo puedo leer bajo cualquier circunstancia, con la tele puesta, viendo una peli a la vez, con los niños pululando alrededor, hablándome…. pero con este libro tenía que dedicarme en exclusiva a la lectura, porque si no, no me enteraba.

Pues bien, yo siempre he sido una absoluta detractora de las películas basadas en libros, porque generalmente no se ciñen al original y terminan inventándose una historia paralela (el último ejemplo es La Cúpula, de Stephen King, vi algún episodio de la serie, y no se parece en nada, es una historia distinta). Así que cuando estrenaron El Señor de los Anillos, yo me negué en redondo a verla, porque no quería romper el hechizo de haber leído el libro y que lo hubieran destrozado. Cosa estúpida, si lo pienso bien, porque a esas alturas, más de 25 años después, yo no me acordaba de nada, así que no podría comparar. Pero bueno, yo soy así.

Cuando ya estaban las tres partes estrenadas, y se había pasado el boom, mi santo se las descargó, y estuvieron esperando su oportunidad de que las viéramos pero a mí nunca me apetecía. Llegó un viernes y no teníamos otra cosa que ver, así que muy a regañadientes consentí en que pusiera la primera parte, no sin antes quejarme por activa y por pasiva de que iba a ser un truñaco. Casi a las dos de la mañana, terminada la primera parte, le obligué a ponerme la segunda, ya perdidamente enamorada de Viggo Mortensen. Evidentemente, se negó a ponerme El retorno del Rey cuando terminó Las Dos Torres, aproximadamente a las cuatro de la mañana.

La verdad es que en esta foto no está nada mal...

La verdad es que en esta foto no está nada mal…

El sábado fue un sinvivir esperando que llegara la noche para que se acostaran los niños y pudiéramos poner la última parte, y después Océanos de Fuego, que había estrenado hacía muy poquito, y que yo me había encargado de sacar del Video club esa mañana. Aquí comenzó mi absoluta adoración por Viggo, buscando películas que hubiera protagonizado, porque hasta entonces había sido completamente desconocido para mí.

Por si os interesa, ya se me ha pasado, ahora lo veo normalito, tirando a feote, y me he pasado al equipo de Clive Owen, dónde va a parar…..

Pero ni punto de comparación, ainssss.

Pero ni punto de comparación, ainssss.

Yo ya no sé si este post entra en la categoría de Tontás, porque se suponía que teníamos que hablar de algún actor o cantante y contar cositas de su vida, y resulta que yo he estado contando batallitas de la mía, como el abuelo Cebolleta y en realidad no he hablado de nadie. En fin, que Yeste un día de estos me descalifica por no ceñirme a las normas. ¡Ah! Que no había normas…. Pues menos mal.

 
Nieves — (Avernolandia’s blog)
Matt — (Blogueando de mi vida)
Covadonga — (Diario de una familia con adolescentes)
Maite   — (El sitio de mi recreo)
 Miguel  —  (Entre el olvido y la memoria)
Rafa      — (Escribir por afición)
Mª José (La boticaria desquiciada)
Anabel — (La puerta deshecha)
Marinel — (Letras derramadas)  
 Lehahiah— (Los sueños de Lehahiah)
Luisa — (Mis ideas cotidianas)
Yeste — (Mis queridas personas)
Bypils— (Nonperfect.com) 
Inma — (Territorio sin dueño)

Cosas de botica II

Ante la avalancha de peticiones de nuevas anécdotas de la botica, aquí voy con la segunda parte, ahora que se acerca la Navidad.

Me voy a centrar en esta época tan adorable en la que todo el mundo desea paz y felicidad y sobre todo, un regalito.

Se ha puesto de moda de unos años a esta parte, al menos en mi pueblo, que las farmacias obsequien con algún detallito llegadas estas fechas. De manera y modo que conforme se va acercando la Navidad, empieza el goteo de interrogatorios sobre cuál va a ser el regalo o detallito que vamos a ofrecer en esta ocasión, como si nos fuera la vida en ello. A mediados de noviembre ya empiezan las cábalas y el cliente pedigüeño comienza a interrogarnos con la dichosa preguntita: «¿Y este año qué vais a regalar….?» Entendería su curiosidad si mis regalos consistieran en jamones de bellota, whisky de 12 años, las llaves de un piso en Torrevieja…., pero habitualmente los regalos consisten en alguna botella de gel, jabón de manos, loción corporal, en resumen un regalo que no alcanza los 2 euros de media. Si pensáis que es poco, multiplicad por los 700 u 800 regalos que hay que hacer, y la suma ya no parece tan ridícula (sobre todo para mi bolsillo, jeje).

Cuando por fin empezamos a repartir los obsequios, el cliente medio se transforma en una máquina de pedir. Sabes perfectamente que ya le has dado su regalo, pero por sistema, después de dos o tres días repartiendo, te puedes olvidar de a quién le has dado y a quién no, con lo que a todo el mundo le preguntas si le has dado ya el suyo.

Hay gente honrada que te contesta que sí, que ya lo tiene, pero hay otros que sabes a ciencia cierta que le has dado para él, para su madre, su cuñada y la vecina del quinto, y te dice: «Uy, pues creo que no….», así que amablemente sacas otro regalito de debajo del mostrador….

Otro cliente navideño típico es el que gasta 8 ó 10 recetas al mes, y durante el mes de diciembre, recorre todas las farmacias del pueblo, cada una con una receta (que usualmente vale entre 1 y 2 euros….) para recoger su regalo. Hacen el tour y si algún año en el que algunos compañeros nos hemos puesto de acuerdo para comprar lo mismo y que nos salga más económico,  repetimos regalo, se quejan de que es lo mismo que les han dado ya en otra farmacia.

Y por mucho cuidado que tengas, por más que preguntes si ya les has dado el regalo, siempre queda la  típica clienta que yo llamo «jodona», que se queda sin regalo, bien porque no ha ido esos días, o porque se nos ha pasado y ella no lo ha pedido (raro, pero tiene su explicación), y cuando llega enero, te suelta: «Este año no habéis dado nada, ¿verdad?» o bien «Anda que me habéis dado regalo de Navidad, que vi lo que le distéis a mi vecina y yo vine y no me distéis nada….» (ahí está la explicación, no lo piden para poder quejarse luego, que les luce más).

En fin, que me esperan unos días felices y prósperos….. Y ya digo que lo entendería si el regalo fuera otra cosa, que si yo me entero que están dando jamones en algún sitio, ya me pondré también a la cola, pero vamos, por un mísero gel, es que no me entra en la cabeza. Y los que más piden son los que más «posibles» tienen, que luego la gente más humilde te dice:  «da igual, déjalo para otro con el que tengas más compromiso» y te dan ganas de darle a esos media docena en vez de uno, porque son los que pagan más puntualmente, los que nunca te dejan a deber una receta y los que nunca te dan ningún problema.

Esto me recuerda una entrada que hizo estos días de atrás Yeste, en la que contaba un timo que habían realizado una señora y su madre, muy bien vestidas ellas, y que habían comido gratis en varios restaurantes, solo porque se habían fiado de ellas por la buena pinta que llevaban. Nos fijamos solamente en las apariencias, y normalmente nos la dan con queso.

Y para terminar, el documento gráfico de cómo se puede pedir el regalo incluso sin ir personalmente a la farmacia. Ocurrió hace un par de años, pero aún lo conservo porque es lo más bizarro que me ha ocurrido en estas fechas. Llegó una señora extranjera de las que cuidan señoras mayores, y como no hablaba bien el español, su jefa le mandó junto con las recetas una notita por si ella no se sabía explicar. Aquí la tenéis:

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Felices Pascuas. Espero obsequio. Gracias.

Hay que decir en su defensa que al menos fue educada, porque lo primero felicitó la Navidad, y luego dio las gracias, que no es poco.

Y desde aquí, para no ser una boticaria petarda, felicito la Navidad a todos mis buenos clientes, que son muchísimos más que los que aparecen en las anécdotas, pero hay que entender que éstos dan mucho más juego para los posts….

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Hasta aquí lo que tenía escrito en una noche de guardia, pero en las últimas horas se ha producido un acontecimiento que no puedo dejar de reflejar, así que completo la entrada con otra historia:

Hace un mes aproximadamente, un señor de unos sesenta años se presentó en la farmacia y nos pidió que le tomáramos la tensión porque no se encontraba muy bien. Lo hicimos y vimos que la tenía un poco alta, así que le dijimos que fuera al centro de salud por si le tenían que dar alguna pastilla para bajársela. Al día siguiente volvió y le volvimos a tomar la tensión, que ya estaba normalizándose. Nos contó que era de Málaga pero que cuando era joven había trabajado aquí en el pueblo, y que había venido a dar una vueltecita y recorrer los lugares por donde había pasado parte de su juventud. Hasta ahí nuestra relación, no sé siquiera si nos llegó a comprar algo, quizá una caja de caramelos. Eso sí, nos pidió una tarjeta de la farmacia.

Pues bien, esta mañana he recibido una carta con lo siguiente:

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Como veis, aún queda gente agradecida en el mundo. No puedo decir que sea un cliente tipico ni se encuadra en ninguno de los supuestos que he descrito arriba sobre clientes pedigüeños, pero una servidora mañana mismo se va a ir a la oficina de correos para enviarle al buen señor su regalo de Navidad, aunque mandarlo me cueste cuatro veces más de lo que vale el regalo. He dicho.

Días de playa

Con este frío polar que me tiene las manos como chupones, hoy voy a hablaros, si consigo teclear sin que se me caigan los dedos a pedazos, de mis últimos años de playa.

Una es de secano, como ya sabéis, pero en mi infancia y adolescencia había visitado la playa casi todos los veranos, acompañada de mis padres o mis tíos. Por aquél entonces aún me gustaba, el solecito, la no existencia de protectores solares (nos poníamos crema de zanahoria y  aceite de limón….), el agüita, el llegar a casa después del día de playa con la comida ya preparada, y salir luego a ver los puestos de los hippies y comprar pendientes, pulseras…. Vamos una vida ideal de la muerte.

Pero cuando te reproduces y tienes que ir a la playa con churumbeles, la cosa cambia, máxime si tienes un marido que odia el mar, el sol y todo lo que ello acarrea.

La última vez que estos piececitos que ahora tengo helados pisaron la playa fue antes de comprar la farmacia, cuando la hipoteca aún no pendía sobre nuestras cabezas. Por entonces Consuelo contaba 8 añitos, el mediano 6 y el pequeño 4. Nos íbamos a La Manga porque una amiga tenía allí un apartamento y nosotros nos íbamos a un aparthotel cercano para pasar las vacaciones juntos. Os haré notar el pequeño detalle de que ella también había parido por partida triple, así que disponíamos de 6 churumbeles, la mayor de los cuales era Consuelo.

Si en algún momento habéis pensado que unas vacaciones en la playa son lo más relajante del mundo mundial, aqui estoy yo para desmentirlo. Mis días playeros transcurrían de la siguiente forma:

A eso de las 8 de la mañana, procuraba despertarme para poder desayunar tranquila en la terraza antes de que las fieras salieran de la cama. Craso error: siempre se despertaban y tenía que empezar a preparar colacaos y galletas procurando que no armaran mucho ruido, porque el padre por aquel entonces sufría insomnio y se había dormido muy tarde. Así que gritando en silencio (!!!) desayunábamos y nos disponíamos a prepararnos para un idílico día de playa, no sin antes embadurnarnos de protector solar del 50, del que se extiende de puta pena, que parece que te estás enyesando. Imaginad lo que es echar crema a tres anguilas escurridizas, todos deseando ir a la playa rápido y que termines pronto. Cuando acababa con los tres, empezaba a echarme yo, pero claro, como el esposo estaba durmiendo, tenía que confiar en uno de ellos para que me extendiera la crema en la espalda. Así luego tenía el quemado a rayas, por las partes que no habían dado crema, rojo, y por lo demás blanco. Precioso.

Después de pertrecharnos con bolsas y bolsas de juguetes, palas, cubos, sombrilla, silla de vigilante de la playa (porque ni pensar en tumbarme), y por supuesto, zumos y galletas para alimentar un regimiento, a eso de las 11 conseguíamos salir del piso para llegar a la playa donde ya me estaba esperando mi amiga con su tropa.

Observad que digo mi amiga y no mis amigos, porque su esposo adorado también se quedaba trabajando (ejem) en el piso y bajaba más tarde.

Así que ahí estábamos, cuatro ojos para 6 fieras. De pie en la orilla o, como mucho sentaditas en la silla, con lo cual te ponías morena solamente por delante, porque ni hablar de tumbarte o darte la vuelta para que te diera el sol en la espalda.

A eso de la una bajaba su marido, todo relajado y nos preguntaba si queríamos que se los llevara un ratito al agua, para que descansáramos. Evidentemente, decíamos que sí, y nos tumbábamos cinco minutos. Entonces nos daba por mirar al mar y veíamos al marido flotando felizmente mientras los chiquillos estaban desperdigados a su bola. Empezaba una sesión de gritos y llamadas para agruparlos porque llegaba la hora de comer y aún querrían bañarse en la piscina.

Podéis imaginar lo que supone recoger los trastos de playa de 6 niños, esparcidos en un radio de 50 metros cuadrados, y controlando que los susodichos no se volvieran a meter al agua porque si no, no habría quién los sacara. Cuando al cabo de media hora teníamos todo recogido y a los muchachos controlados, salía el padre de las criaturas del agua,  y no decía con cara de extrañado: «¿pero es que os vais ya?, uy, pues yo me quedo un ratito para secarme, ahora voy».

Dando saltitos por la arena ardiente, y maldiciendo en silencio a todo el género masculino, nos encaminábamos a la piscina, donde había que duchar a los seis para quitarles la arena. A todo esto, se nos habían hecho las dos de la tarde, y no tardaba en asomar por el balcón mi santo, diciéndonos que ya estaba la comida hecha (la playa no le gusta, así que ejercía de cocinero oficial).

Tras varios intentos de sacar a los renacuajos de la piscina, conseguíamos subir al piso, cambiarles el bañador por uno seco, poner la mesa y sentarlos a comer, mientras nuestro estómago rugía y nos abalanzábamos sobre cualquier patata o aceituna que hubiera a la vista.

Cuando terminaban de comer, los sentábamos frente a la tele, para ver si podíamos comer nosotros tranquilos, que ya eran las cuatro de la tarde e iba siendo hora…

Tras la siesta obligada, vuelta a empezar, tarde de playa, con nueva extensión de protector solar, (que a esas alturas, en vez de crema yo estaba para que me dieran los Santos Óleos), sesión tardía de piscina y llegada al piso para comenzar a ducharlos, todo ello amenizado con la cantinela: «¿cuándo cenamos, cuándo cenamos, cuándo cenamos?». Para cuando yo me quería duchar, todas las toallas estaban ya chorreando y el piso tenía más arena que el desierto del Sahara. Menos mal que una vez cenados se acostaban y así vuelta a empezar al día siguiente con la misma historia.

Como comprenderéis, cuando pasaba la semana  de vacaciones, yo llegaba a casa derrotada, odiando la playa a muerte, y agradeciendo infinitamente que viviéramos en un sitio de secano. Además de aguantar  al santo diciendo todo el día: «Ves, si ya te lo decía yo, si donde mejor se está es en el campo, qué playa ni qué playa….»

Así que cuando se nos acabaron las vacaciones por culpa del hipotecón, casi me alegré, porque ya no habría que pisar la playa en muuuuuuchos años, aunque ahora que ya son mayorcitos, igual no está  tan mal. Pero me temo que aún pasará tiempo hasta que podamos permitirnos unas vacaciones en toda regla, así que cuando me entre el mono de vacaciones, sólo tengo que recordar mis veranos pasados en La Manga, y se me pasará, seguro.